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Alaska maravillosa: a bordo, el crucero y algo más

Si te perdiste la 1º Parte, leela acá: http://www.cristinabercaitz.com.ar/?p=1281

En mi último relato estaba subiendo al barco y había conocido a Susan Dawson (65) primero, y luego a Milena Bagley (70). Ambas sumamente agradables.

Susan y Milena

Pedimos que nos sentaran a una misma mesa. Además, por consejo de Susan, estudié las ofertas de las excursiones y reservé las que haría en los puntos en los que íbamos a desembarcar. Había diversidad de opciones y precios.
Esta parte del viaje debo dividirla en dos: a bordo y en tierra.

Crystal Serenity Cruise

El barco es bellísimo, decorado con gusto, adornado con excelentes pinturas. Mi camarote un lujo, con ventana y balcón al mar.

Mi balcón

No es un barco grande, por lo tanto la gente se traslada tranquila y siempre hay lugar en todos los sectores. No éramos muchos los pasajeros, pero sí la tripulación.

En la gala del capitán
Con la médica de a bordo, Susan Dawson y Milena Bagley, luego de la gala del capitán

Cuando embarcamos nos recibieron con champagne, vino y otras bebidas. Los días sucesivos era usual ver a los pasajeros recorriendo el barco con una copa en la mano.

Al puente 13, el último, fui muy pocas veces, era frío por estar muy abierto.

En el piso 12 están la piscina y los dos yacuzzi, que, ante mi sorpresa, se usaron. Si bien el agua era tibia, ¡cuando salías te morías de frío!

Piscina y yacuzzi
Puente 12, con sectores abiertos y cerrados

En este puente 12, puente Lido, se desayuna, se almuerza, y se toma el té o una copa. Está habilitado todo el día. También se puede bailar en el sector de té, donde hay un bar y cuatro ´embajadores´ contratados para que las señoras bailen.

La música siempre era en vivo. Una orquesta se trasladaba desde puente 12 al puente 5. Tocaban algo disfrazado de tango, algo de foxtrot, rumba, etc. Nunca sonidos altisonantes. Había también una joven que cantaba, y a veces bailarines profesionales, a los que nunca tuve la fortuna de ver. En el puente 7 estaba mi camarote.

En el puente 6 están el comedor principal, el italiano y el japonés. Para cenar en estos dos últimos había que reservar, cosa que hicimos el primer día.

Comedor principal

También en el puente 6 hay un bar con barra de tragos y un piano donde todas las tardes y las noches Perry Grant, pianista, tecladista, humorista y cantante con excelente voz, nos divertía. Su diálogo con alguno de los presentes eran siempre muy graciosos Y festejados. Milena Bagley lo adora.

Balconeando desde el puente 6, lugar donde se ubican las boutiques, pocas, caras y exclusivas, se ve el bar del puente 5 donde todas las tardes, a las 6.00 o 6.30, nos encontrábamos las tres ‘Alaska’s Sister’.

En el bar, entre trago y trago, con Milena y Susan. Al fondo a la derecha se ve la barra

Había sillones muy cómodos, una pista para bailar y espacio para la orquesta que se trasladaba, como dije antes. Todas las tardes frente al bar, un cuarteto de cuerdas de señoritas, todas talentosas, jóvenes y bonitas, tocaban música clásica; o un pianista nos deleitaba con su arte mientras bebíamos algo.

En este ‘All inclusive’, pude volver a beber los tragos de mi juventud: Alexander, Negroni, Cogote, este último: cognac, gingerale y cáscara de naranja. Solía tomarlo en la desaparecida Queen Bess, de Av. Santa Fe. ¿Recuerdan?

Cuarteto de señoritas

En el puente 5 también se encuentran las salas de cine y teatro, el casino, un club para fumar, la biblioteca, el salón de internet etc. También en el barco hay un lugar reservado para niños. No se veían adolescentes.

El Gym está en el puente 13. Fui alguna vez, pero como las excursiones eran a la mañana temprano y a la tarde me sentía muy cansada, fui sólo dos veces. Milena tomaba su clase de yoga antes del desayuno y luego caminaba largo rato por la veranda del puente 7.

Biblioteca
Puente 5. Bar para almorzar pasado mediodía

Todas las noches disfrutábamos de un show en el teatro que se repetía durante los dos turnos del comedor, para que todos pudieran asistir. Los espectáculos eran excelentes, de gran calidad, muy bien montados. Un placer que nadie quería perder.

Una tarde, en horario único, tuvimos una charla con dos astronautas, dije bien, astronautas: los mellizos Mark y Scott Kelly viajaron con nosotros, y los pasajeros pudimos hacerles preguntas. ¿Qué es lo peor que se enfrenta uno en el espacio? La falta de gravedad. Susan estaba preocupada por el tema sanitario. ¿Cómo van al baño en la cápsula? Como todos, pero con algunas restricciones. Milena y yo queríamos saber ¿Qué se siente al ver la tierra desde el espacio? Respondieron que todos estamos acostumbrados a ver la vía láctea desde abajo, en cambio desde el espacio se siente que uno forma parte de ella porque se ve incluso más allá de la tierra. Y los matices de las grandes áreas son magníficos: mares, como el Caribe, desiertos y grandes selvas tienen colores inolvidables. ¿Cómo descansan? Sentados. Todo se hace sentado en el mismo lugar. Lo que más se extraña es tenderse sobre una cama. ¿Y la comida? Se almacena y sirve como en un avión. Se come en el mismo lugar donde se trabaja y se descansa. Una vez, uno de ellos, compartiendo un viaje con los rusos, encontró que la comida estaba etiquetada como: carne de res, carne de pollo, carne de cerdo. Probó todas y todas tenían el mismo sabor. ¿Y los incendios? ¿Qué se hace durante un incendio? Dudaron…, un incendio… un incendio… nada… no se puede combatir un incendio. Hubo más preguntas, pero no las recuerdo.

Con los astronautas y la persona que hizo posible su presencia

En el restaurante italiano, donde comimos la primera noche, rescaté el sabor de los hongos de mi infancia, los que salteaba mamá, esos que con papá recogíamos luego de las lluvias. ¡Qué delicia! En el restaurante japonés probé el sake, y me gustó mucho. Además comí con palitos. No creí ser capaz de hacerlo. Se rió Susan cuando pedí cubiertos: “Just in case”.
La tripulación era muy amable y siempre lucía una sonrisa. Una tarde pregunté a un camarero chileno (todos tenían una placa con su nombre y país de origen) si sonreían por cortesía o por otro motivo, pues se los veía muy relajados. Me dijo que estaban felices, pues si bien era duro estar lejos de la familia, la paga era buena, había gran camaradería, tenían su club, su piscina, su Gym, y sólo pagaban las llamadas al hogar y el internet. Eso era suficiente para estar bien y pendientes del pasajero. Fue un crucero como los de antes, con gente que se arregla para la cena, y con mozos que sienten que están trabajando, que no se sienten esclavos a quienes se explota, como he visto en otros cruceros.
Capítulo aparte merece la organización, tanto para el simulacro de abandono de la nave, como para dejar el barco para hacer excursiones. Cuando llegamos a Vancouver la empresa realizó todos los trámites de migración. Solamente debimos hacer una fila para tomar un taxi. La gente está acostumbrada al orden. Un descanso dentro de este loco mundo.
En cuanto al derrotero: La noche de la partida pasamos frente a Port Cordova, nombrado así en honor de Luis de Cordova y Cordova, como ya dije en la crónica sobre Alaska, eminente marino español. En sus retratos una banda celeste y blanca que le cruza el pecho, igual a nuestra banda presidencial. No olvidemos que Manuel Belgrano siempre tuvo ideas monárquicas. ¿No? ¿O fue en realidad que miró al cielo celeste de nuestra Patria?

Durante el primer día de navegación nos acercamos al glaciar Hubbard, de un celeste profundo, como nuestros mares del sur. Está aprisionado entre montañas. Observando estos glaciares dicen los que saben, que la tierra de Alaska continúa en movimiento. 

Glaciar Hubbard

En cada ciudad que tocábamos podíamos hacer distintas excursiones.

La primera fue Sitka, capital del estado cuando Alaska era rusa. Este lugar, con un régimen abundante de lluvias, cuenta con una selva tupida con variedad de árboles. Caminamos en el bosque durante un largo rato.

Ni Susan ni Milena fueron conmigo, pero la gente con la que compartíamos el crucero era muy amable y siempre me sentí a gusto. Hacía frío. Por suerte llevé algo de abrigo. En el bosque había muchos tótems realizados con madera de cedro blanco y luego policromados. En cada uno se puede leer algo diferente. Los nativos no tenían lenguaje escrito y usaron los tótems para narrar su historia.

Luego asistimos a un baile típico. Defienden mucho su cultura y la trasmiten a las nuevas generaciones. El director del espectáculo desciende de nativos. Nos habló en su idioma original y luego lo tradujo al inglés. Interesante el conjunto de baile. Incluso bailan quienes casi ni saben caminar, de tan pequeños que son. Uno de ellos, el más gracioso pero no el más joven, tenía cuatro años y era hijo del director del conjunto.

Me resultó muy interesante la música realizada con instrumentos de percusión, y cantos. En las danzas simulan el vuelo de las aves o el andar de los animales La ropa con la que bailan es la típica nativa.

Más tarde visité la iglesia Ortodoxa Rusa que cuenta con un tesoro inmenso en libros e imágenes.

Al día siguiente, en Juneau, Susan y yo estábamos anotadas para hacer una excursión de rafting. Para eso nos proveyeron de trajes impermeables, botas, salvavidas etc. Subimos en bote tipo gomon y comenzó el paseo hacia un glaciar, luego tomamos los rápidos. En un momento nos empapamos, pero nunca corrimos ningún peligro. Fue delicioso detenerse un instante en medio de un lago para escuchar el canto de los pájaros. Yo me había quejado por su ausencia, y me gustó oírlos.

Cuando regresé al barco me duché, comí un poco de salmón en el salón del puente 5 abierto todo el día, y salí a caminar la ciudad. Hoy es capital del estado de Alaska. El turismo y los empleos estatales son mayoritarios.

Milena no hizo ninguna excursión porque era la quinta vez que visitaba Alaska. Ella es de Chicago y ahí vive. Era una joven azafata cuando en un vuelo a NYC conoció a un abogado muy exitoso. Ambos con ojos celestes, transparentes. Verse y enamorarse fue todo uno. Se casaron y tuvieron varios hijos. Formaban una hermosa y feliz pareja hasta que él falleció hace tres años, luego de una dura y corta enfermedad. Con Milena sentíamos muchas cosas del mismo modo y disfrutábamos conversando. Susan es de California pero ahora vive en North Carolina, una vez jubilada armó una empresa propia y se dedica a la educación. Divorciada de joven, luego se dedicó al cuidado de su madre.

Al día siguiente llegamos a Skagway, pequeña ciudad del sureste de Alaska con edificios que datan de la época de la fiebre del oro. Ahí había comprado un paseo en tren hasta llegar a la frontera con Canadá, cerca de Yukon. Como no bajaríamos del tren no necesité el pasaporte. Las vistas panorámicas de las montañas durante todo su recorrido son estupendas. El tren, White Pass & Yukon Route Railroad, une Skagway en Alaska con Whitehorse, capital de Yukon. Es una maravilla de la ingeniería civil. Data de 1898 y se construyó en treinta y seis meses. Cuenta con locomotoras clásicas muy bien conservadas; hasta el guarda estaba vestido a la usanza de la época.

El paisaje es precioso. Me puse a pensar en cómo pudo construirse esta vía férrea de poco más de 100 km, en cuántos se sacrificaron, cuántas vidas quedaron entre los puentes colgantes que atravesamos para llegar cerca del lugar donde supuestamente estaba el oro que todos querían encontrar. Algunos tuvieron éxito. La mayoría quedó en el camino. Desde el final de nuestra ruta tenían que internarse en territorio canadiense y llegar a pie hasta el río Yukon, lugar donde supuestamente se harían ricos. Debían llevar suministros, pues el gobierno canadiense no les permitía entrar sin ellos. Cientos de kilos de alimentos transportados por caminos pedregosos y empinados.

¡Fue un paseo excelente! Por supuesto le compré a Joaquín, mi nieto de ocho años, una gorra de ferroviario, un libro y un DVD donde cuentan cómo se construyó la vía.
Cuando regresé no pude sacar fotos: me había quedado sin batería de tanto que había utilizado la cámara.

Skagway está construido con las veredas de madera, como en los antiguos pueblos del Far West. Todas las fachadas respetan ese original. Me remonté años atrás, al recuerdo de las viejas películas de mi infancia. ¡Excelente sensación pisar esos caminos!

Paseando la ciudad encontré a Susan, y la acompañé a comprar un tótem. Llevó uno de recuerdo de cada lugar que visitamos. El último punto en el que desembarcamos fue Ketchikan.

Ahí recorrí la cultura del pueblo, conocí cómo eran las casas originales donde vivía el clan entero durante el invierno, quizá treinta y cinco o cuarenta personas. En verano estaban afuera, cazando y pescando; y en el largo y crudo invierno, en el interior.

En medio de la casa, de una sola y espaciosa habitación, está la cocina, y sobre ella, en el techo, un espacio abierto para que el humo y los olores escapen. En esos largos inviernos se dedican al arte, la pintura, la escultura, la música y la amistad.

Y como siempre el tótem de cedro cuenta la historia. En el Museo del lugar vimos un tótem construido para desprestigio de un hombre jugador que por esta causa perdió todo, casa, familia… y prestigio.

Estas fueron las excursiones. Luego de un día más de navegación, en medio de la bruma con el barco haciendo oír su sirena, llegamos a Vancouver.
Pero esa es otra historia.

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