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Ángela Blanco Amores de Pagella, pequeño homenaje

Ángela Blanco Amores de Pagella, argentina nacida en Buenos Aires, fue profesora, escritora y ensayista. Autora de más de 14 volúmenes. Poeta que, dentro de la línea clásica, tuvo verdaderos hallazgos modernos.

Sus libros de poesía: Para tu soledad, Llueve sobre los árboles, Silencio entero, este último recibió el premio “Alfonsina Storni” otorgado por el Consejo del Escritor,

Hombre con su dolor, Retorno a la raíz, Vida y poesía.

En narrativa escribió El retrato. Premiado por el Fondo Nacional de las Artes, y La casa vacía.

De su labor como investigadora y ensayista nos quedan los volúmenes: Pablo Podestá, premio “Antonino Lamberti” por la Facultad de Filosofía y Letras de Buenos Aires, Nuevos temas en el teatro argentino, Premio Faja de Honor de la Sade y mención especial en el Concurso Nacional de Literatura.

También escribió: Iniciadores del teatro argentino y Motivaciones del teatro argentino en el siglo XX, Premio Municipal en la categoría ensayo y “Pluma de Plata” del PEN Club.

En reconocimiento a sus numerosas publicaciones sobre Italia la Dante Alighieri de Buenos Aires editó su libro Inolvidables ciudades de Italia.

Egresada de la Facultad de Filosofía y Letras de Buenos Aires con Diploma de Honor, ejerció la docencia en todas las áreas. Fue directora del Departamento de Letras del colegio Nacional de Buenos Aires, y profesora, en la Facultad de Filosofía y Letras profesora en  las cátedras de Literatura Argentina y Literatura Francesa.

Crítica literaria, colaboradora de diarios argentinos y de Europa, merecedora de premios internacionales y viajera incansable recorrió Europa, Extremo Oriente, Oriente Medio y América. Nada le era desconocido. Para terminar este brevísimo curriculum debo agregar que recibió merecidos premios internacionales por su pluma, su investigación exhaustiva y su dedicación: Pisa y sus milagros, Iglesias y claustros palermitanos y Trigales, amapolas y tumbas etruscas, fueron algunos de sus artículos premiados. Conferencista reconocida por años actuó por Radio Argentina al Exterior (RAE) dando a conocer la mundo la literatura argentina.

Persona que admiré y quise mucho.

Ángela Blanco Amores de Pagella, era un ser dulce y tan sencillo como todo lo grande. La conocí en Madrid, en un congreso del ILCH. Su sonrisa cálida me cautivó. Estaba en compañía de Ester de Izaguirre, de quien era muy amiga. Vestía un traje tipo Chanel en color celeste acompañado por una blusa de seda de escote redondo. Este color hacía juego con sus ojos. Siempre coqueta y cuidadosa de su persona, anfitriona amable recibía en su casa a sus amigos con los que conversaba de los temas que tan bien conocía.

En su prosa cada espacio está habitado como un mito permanente. En La casa vacía, fusiona el mundo rescatado de sus memorias con la melancolía; todo está teñido de soledad  a raíz de esta melancolía. El hombre es un generador de olvidos, y Ángela nos obliga, a través de sus recuerdos y de la sucesión de emociones que estos provocan, a ver a sus personajes y sentirlos irradiar la belleza y la riqueza de la memoria.

Hermosas imágenes jalonan sus escritos, y un lenguaje rico, expresivo, exquisito, como así era Ángela.

Su prosa, sencilla y rica en un vocabulario elegido, nos dice: “Y ella padecía mi silencio, mi obstinado hermetismo, tal vez porque sabía que más allá de las palabras existe, inmutable, un lenguaje más firme”.

O también: “El espejo lo admitía; recibía su silueta encorvada, sus ojos claudicantes, con esas lágrimas que tiene los ojos de los viejos, lágrimas que parecen interponerse entre lo mucho vivido y el mundo contemplado”

Con maestría y amor describe una situación que todos conocemos al mirar los ojos de un hombre viejo, solo, triste.

“Sin pensar, busqué el sillón de mimbre y la mano familiar donde aposentar la mía.”

La mano familiar donde aposentar la mía, con tan breve síntesis se puede decir todo y hablar de la soledad y del afecto ido.

“El abuelo murió al amanecer, un amanecer con el invierno adentro y con árboles desnudos y quietos…”

Comparaciones, metáforas, síntesis, imágenes, descripciones que nos hablan, muy calladamente:

“Ese lugar está unido a Ivrea por un camino sinuoso y quieto, poco concurrido.”

Ó: “Todavía había luz, una luz vacilante, mortecina, que a cada momento perdía fuerza. Ya casi no se veía la montaña…”

Uno va leyendo a Ángela Blanco Amores de Pagella y va viviendo sus momentos y emociones. Pero también, en sus textos, hay ficción y la imaginación propia de un poeta, porque qué son los poetas sino los hacedores de la palabra y la ficción que con ella desarrollan.

“Avanzaba la primavera; los racimos lilas de las glicinas hablaban de casitas suburbanas amaneciendo a la alegría.”

Leo esto y lo veo. Y hasta percibo el aroma de las glicinas en flor.

“Ella llegó así. Un domingo de abril, con los árboles dorados de hojas quietas…”

“Empezaba a declinar la tarde y el resplandor del sol, que llegaba de atrás, le irisaba los cabellos rubios, mientras el rostro quedaba en la sombra. El hombre fue hacia ella con las manos tendidas y una sonrisa trémula”. Poco queda por agregar.

Estos textos fueron extraídos de su libro La Casa Vacía, 1990, editada por Editorial Vinciguerra.

Ángela Blanco Amores describe la naturaleza con la misma sabiduría y galanura con la que se dedicó a sus publicaciones, a sus ensayos sobre teatro y sobre esas bellas ciudades italianas que amaba y conocía. Hablo en presente pues sus letras quedarán para siempre, con palabras elegidas y tenuemente vibrantes. La leo y siento esa vibración sutil que permanece cuando se va apagando la voz del arpa.

Ella era así, fina, elegante, discreta. Escribía como hablaba y fueron, para mí, una fiesta las tardes en su compañía frente a una taza de té. O en la biblioteca de su casa, en la que puede recorrer sus libros de ensayos sobre teatro y ciudades italianas.

Dejé para el final de esta brevísima charla un poema y dos espléndidos sonetos.

En el poema se refiere al momento del comienzo de su esencia misma:

De qué latido,

de qué estremecimiento,

de qué tarde remota,

de qué noche,

se me volcó, de pronto,

este golpe de sangre,

esta presencia.

Desde dónde

me creció este tumulto

en las venas;

cuáles fueron los rostros,

qué miradas de estrellas

ajenas a este cielo

llegaron a mis ojos

a través de los tiempos.

De qué pinar surgió la voz

-porque yo sé que había

pinares,

y también olivar

y manzanilla

y menta-.

Cómo eran los caballos

y la tierra.

Qué luna cobijó

mi mínima existencia primera,

cuando el acto de amor

se transformó

en milagro de vida.

Qué aliento vegetal

penetró por la boca entreabierta

y por el corazón

y por las venas,

para que así, un jirón,

uno solo,

de música,

y unas cálidas

ondulaciones de caderas,

y un repiqueteo de tacones

y unas manos en alto,

levísimas, etéreas,

y una palabra dicha

con el acento aquel,

con la cadencia aquella,

puedan traerme

desde el hondón

de las raíces mismas

de la sangre,

esta vida secreta

que latía

más allá de mi vida,

esta vida de otros

que me vive en la mía,

y de pronto me asalta,

me penetra y me inunda

con un golpe de siglos

y un latido caliente

de tierra.  De: Retorno a la raíz, 1977

SONETO

Has de quedarme por lo fugitivo

como luz apresada con la mano:

más imposible cuanto más cercano,

y menos mío, cuanto más cautivo.

Serás lo inalcanzable. El pensativo

momento en que mi vida quiso, en vano,

fundirse en tu fantástico y lejano

mundo de ideas y de sueño vivo.

Sensación de infinito me dejaste

en el beso sin tiempo que me diste

y en la inquietud sin par con que me amaste.

Te doy las gracias por el noble empeño

que en evitar el gran dolor pusiste

de ver tornado en realidad mi sueño.

SONETO II

Si de todo tu amor no ha de quedarme

en una mañana estéril más que hastío,

bendito sea este dolor que te hace mío,

Hoy que me pierdes sin dejar de amarme.

Yéndome así no trato de alejarme.

Han de grabarme en ti todo el vacío

de tus horas sin sueños y el bravío

anhelo que te empuja a recordarme.

Sé que me quedo en la febril tortura

de tus cinco sentido, y en la esencia

de tu más puro instante de ternura.

Y tú, el inalcanzable, estarás preso,

¡al fin! por el milagro de mi ausencia,

y por la herida larga de mi beso.

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