Amor, cuánto te quiero (drama en un acto)

 

Escena en un cementerio. Flores esparcidas prolijamente, cruces, fotos y lápidas. Un hombre vestido de negro en la oscuridad sentado en una silla tras una cruz. Frente a él, de rodillas, María (40 años) inclinada sobre una sepultura, trabaja. A su lado un balde del que retira yeso fresco y otro, con agua, donde se enjuaga las manos. Una tela blanca insinúa una forma humana y cubre el rectángulo de una sepultura. Sobre ella trabaja. Lo hace despacio, como si acariciara un cuerpo.

Por la izquierda, con un ramo de flores, ingresa Ingrid. (40 años) Se acerca despacio. Su rostro no puede ocultar la sorpresa.

 

Ingrid: (Se detiene a pocos pasos y la observa) (Acercándose) ¿María…?

 

María levanta la vista de su trabajo y la mira sin responder.

 

Ingrid: (Sin moverse de donde se encuentra) ¿Que hacés acá?

 

María: (Baja la vista a su labor) (Sin dejar de trabajar) Ya lo ves, hago una figura yacente.

 

Ingrid: ¿Quién te la pidió?

 

María: Nadie, (Se enjuaga en el balde y seca sus manos en un pañuelo colocado a su lado, en el suelo) Sentí el deseo de hacerla. (Se levanta y la saluda con un beso)

 

Ingrid: (Dudando.) ¿Cómo estás?

 

María: Bien, dadas las circunstancias… ¿Y vos ?

 

Ingrid: Mirá, no quiero ser agresiva pero, ¿quién te pidió ésto? (Señala molesta la tela blanca)

 

María: (La mira a los ojos y luego desvía la mirada hacia su trabajo) (Con voz queda) Ya te lo dije, sentí deseos de hacerlo.

 

Ingrid: ¿No se te ocurrió que me tenías que pedir permiso?

 

María: (Pausa) (En un arranque) Quería darte la sorpresa.

 

Ingrid: (Molesta) Ni dudes que fue una sorpresa.

 

María: Sí, puede ser. (Pausa) Tenés razón, pero vine a verlo y estaba tan solo… la tumba tan abandonada…

Ingrid: (Molesta) Comprendo tu buena intención, pero ni mis hijos ni yo, lo descuidamos.

María: (Sorprendida) Vine la semana pasada y todo estaba tan abandonado… Sentí pena… Fue por eso que pensé en la figura yacente.

 

Ingrid: (Agresiva) La tumba de mi marido no tiene por qué darte pena.

 

María: (Bajando la vista) No lo tomes a mal, no quise decir eso, vos sabés bien que éramos grandes amigos. (La mira de frente) (Con dulzura) Nos conocíamos desde muy chicos.

 

Ingrid: (Pausa) (Titubea, finalmente se acerca y observa el trabajo) La verdad es que lo estás haciendo bien.

 

María: (Mira su obra) Gracias, pongo lo mejor de mí.

Ingrid: (Pausa) Él te admiraba. Siempre decía que eras capaz de hacer cualquier cosa.

 

María: (Suspira) (Sonríe) No lo sabía. (Mira a los ojos a Ingrid) Era un gran tipo.

 

Ingrid: (Oculta su emoción) Ya lo creo. Era un gran marido y un gran padre.

 

María: (Bajando la vista) Y un gran amigo.

 

Ingrid: Sí, es cierto. (Ríe) Hasta era mi amigo.

 

María: (Ríe) Es una sorpresa que alguien fuera amigo de su propia esposa.

 

Ingrid: (Suaviza la voz y se inclina para dejar las flores) Los hijos lo extrañan mucho.

 

María: ¿Y vos?

 

Ingrid: (En un murmullo) ¡Qué pregunta estúpida!

 

María: (Bajando la vista) ¡Quién no lo extraña!

 

Ingrid: (Sonríe) Supongo que alguno habría que no lo quisiera. Nadie es amado por todo el mundo.

María: (Protestando) Él sí.

 

Ingrid: (La mira intrigada) ¿Realmente creés eso?

 

María: (Turbada) Bueno… es una manera de decir.

 

Ingrid: (La mira intrigada) ¿Qué querés decir?

 

María: (Turbada) Bueno…

 

Ingrid: (La observa) (Lentamente) Sé que eran buenos amigos, pero… ¿qué tan buenos amigos eran?

María: (Se defiende) ¿Qué estás insinuando? Éramos muy buenos amigos… No te olvides que nos conocíamos de toda la vida.

 

Ingrid: (Apretando los dientes) ¿Cómo olvidarlo? A cada rato hay alguien que me lo recuerda.

 

María: (Sonríe turbada) No te enojes, vos y yo hemos sido buenas amigas, mis hijos son tus ahijados, compartimos tantos lindos momentos…

 

Ingrid: (La abraza por los hombros) No me olvido… han sido muchos…

 

María: (Sonríe) Es imposible olvidarlos…

 

Ingrid: (Recuerda) Éramos jóvenes, recién casadas…

 

María: Sí ¿Te acordás lo del huevo?

 

Ingrid: ¿De qué hablás?

 

María: Cuando conseguiste el huevo para mí.

 

Ingrid: (Extrañada) ¿Te conseguí un huevo?

 

María: (Sonríe) (Con dulzura) Yo estaba embarazada de Fabián y tenía antojo de comer un huevito tibio, recién puesto, comerlo agujereándolo por los dos lados, así ¿ves? (Hace el ademán de llevar un huevo a la boca y sorberlo)

 

Ingrid: ¿Y yo te lo conseguí?

 

María: (La abraza) (Se separa y sus rostros quedan muy próximos) Sí. Recorriste todo el barrio hasta que llegaste a una quinta que tenía gallinas. Y yo tuve mi huevo recién puesto, todavía tibio. (La besa) Te prometí que nunca lo olvidaría. Y ya ves, aún me acuerdo.

 

Se abrazan un largo momento en silencio. Luego se separan, se miran profundamente, se acarician el rostro mutuamente y se besan.

 

María: ¿Ahora te acordás?

 

Ingrid: (Se separa) No lo recuerdo, pero… puede ser. Éramos muy amigas, salíamos mucho, las dos… los cuatro…

 

Ingrid: (Recordando) Además, nuestros maridos eran tan parecidos…

 

María: Sí… sobre todo cuando se dejaron la barba… y algunos los confundían.

 

Ingrid: Sí… (Pausa) Eran los primos más unidos que conocí. Además… (Riendo) eran tan divertidos…

 

María: Sí, a veces eran unos pesados… ¿Te acordás cuando le sirvieron granadina a Ofelia?

 

Ingrid: Nunca me puedo olvidar de eso… (Levanta la vista recordando) Era una tarde espléndida de verano y los hombres jugaban al croket mientras las mujeres se entretenían con las cartas. De pronto aparecieron los dos (Los imita) llevando una bandeja con un vaso de granadina. El color rosado, el hielo derritiéndose en el vaso largo y la rodaja de limón enganchada en el borde azucarado…

 

María: … y Ofelia era tan golosa y egoísta que no permitió que nadie la privara del placer de ese trago fresco y dulzón…

 

Ingrid: (Riendo)… y les arrebató el vaso (La imita) Permiso –dijo– con su voz de falsete ¡Y se lo bebió de un solo trago!

 

María: (Riendo) Recién entonces se dio cuenta de que no era granadina sino…

 

Ambas mujeres: (Se abrazan riendo) ¡Bronceador líquido…!

 

Ríen abrazadas un rato hasta que se separan secándose los ojos.

 

María: Eran unos chicos malos.

 

Ingrid: Sí, muy malos. (Pausa) (Rodea la sepultura) Él te quería mucho, decía que sabías entender a la gente y que le gustaba conversar con vos.

 

El hombre sentado tras la sepultura deja su asiento y se dirige a la luz.

 

Hombre: (Aparece con paso firme) ¡Podrías aprender de ella!

 

Ingrid: (Enojada) ¡María, siempre María!

 

Hombre: (Gritando) Ella hubiera sido incapaz de decir nada sobre mi hermana!

 

Ingrid: (Se aleja unos pasos) ¡Como si las dos fueran santas!

 

Hombre: (Se acerca a Ingrid y la toma de un brazo) (Con furia) Si por lo menos pudieras tener una pizca de humanidad ¡Sos un solo bloque de egoísmo, nada te importa fuera de tu persona!

 

Ingrid: (Se desprende) (Gritando) ¡Qué sabés vos de humanidad! Lo único que conocés es lo que gira a tu alrededor! (Mordiendo las palabras) ¡No sos el ombligo del mundo, por mucho que te esfuerces en serlo!

 

Hombre: ¡Por qué sos tan agresiva! Aprendé de María. ¿Por qué no le pedís que te enseñe algo de caridad?

 

Ingrid: (Le da la espalda para disimular que ha sido lastimada) (Bajando la voz) No tengo nada que aprender de ella ¿Acaso creés que es tan amorosa con su marido cuando están en la intimidad?

 

Hombre: (Agresivo) Mirá, mejor que vos, cualquiera, incluso una víbora.

 

Ingrid: (Pausa) (Agresiva) Si tanto te importa…

 

Hombre: (Agresivo) A cualquiera puede importarle alguien distinto a vos…

 

Ingrid: Si querés… nadie te va a detener… (Se aleja unos pasos y llora)

 

El hombre trata de no mirarla, finalmente no puede evitarlo y se acerca.

 

Hombre: (Abrazándola) Ingrid… chiquita… perdoname… tenés razón… soy un egoísta, un malvado que te hace llorar…

 

Ingrid: (Llora) Si tan buena te parece…, si tanto la querés…

 

Hombre: No, no digas eso, ella es mi hermana menor, no te pongas así, es a vos a quien quiero. Vos sabés que me enojo por pavadas. (Levantando los brazos en un gesto de impotencia) Perdoname, no tendría que haber abierto la boca. Vos sabés que te quiero ¿Acaso lo dudás?

 

Ingrid: (Llora más fuerte) No… mi amor… pero no la nombres más a María, siempre la nombrás a ella…

 

Hombre: Está bien, mi chiquita… (Le toma la cara con las manos y le seca las lágrimas) (La besa con cariño)… vos sos mi amor, mi amor…

 

Ingrid: (Le rodea el cuello con los brazos) Y vos sos mi amor… mi amor.

 

El hombre se desprende despacio y se dirige a la silla más allá de la sepultura.

 

María: (Con una sonrisa) ¿En serio decía que le gustaba conversar conmigo?

 

Ingrid: (Afirmando con el gesto) Sí… le gustaba mucho.

 

María: (Se inclina sobre la tumba) Y a mí con él. ¿Sabés? Tu marido era mejor que el mío. Era más dulce, más considerado, mejor padre, mejor marido…

 

Ingrid: (Se inclina junto a María) No digas eso, yo me divertía mucho con el tuyo.

 

María: (Se pone de pie) Pero un marido no es una diversión. También tiene que ser responsable, trabajador, generoso…

 

Ingrid: (Se para a su lado) …llevarte a comer a los mejores lugares, pagarte una cocinera para que no se estropeen tus manos…

 

María: … hacerte sentir importante, además de protegida…

 

Ingrid: … respetarte como esposa y amarte como a una amante…

 

María: …hacerte sentir acompañada, sin asfixiarte…

 

Ingrid: (La mira a los ojos y se cruza de brazos) (Como pensando en voz alta) ¿Es que alguna de nosotras tuvo un buen marido alguna vez?

 

María: Mirá, vos no te podés quejar, bien que te malcriaba…

 

Ingrid: (Grosera) ¿Y voz qué sabés?

 

María: (Afirmativa) Yo sé, tengo horas y horas de observarlos.

 

Ingrid: (Pausa) (Camina unos pasos alejándose, se detiene y la enfrenta) ¿Por qué nos observabas tanto? ¿Qué querías descubrir?

 

María: (Turbada) Nada… nada… me gustaba mirarlos…

 

Ingrid: ¿Acaso lo querías para vos?

 

María: (Molesta) Si lo hubiera querido para mí, lo habría tenido antes de que se casaran.

 

Ingrid: (Lentamente) Vos te crees que yo ignoro que estabas muerta por él antes de que me conociera… pero él me prefirió a mí.

 

María: (Baja la vista) (Con un hilo de voz) ¿Qué estaba muerta por él? No sé quién te puede haber dicho semejantes patrañas…

 

El hombre deja su asiento y se acerca a María apareciendo a la luz.

 

Hombre: (Con dulzura) María, no me mires así, vos sabés que te quiero mucho pero…

 

María: (Protestando) Pero te enamoraste de ella…

Hombre: (Baja la mirada) (La toma por los hombros y la acerca a él) Mi querida María, Ingrid me hace vibrar, vos sos María, mi amor de siempre, ella… (Desalentado)

… no te lo puedo explicar… ella es distinta… (Apasionado) me vuelve loco…

 

María: (Agresiva) Te vuelve loco… ¡Ojalá no te enloquezca!

 

Hombre: María (Desesperado) Si no la hubiera conocido a ella…

 

María: (Con ansiedad) ¡Qué! ¡Si no la hubieras conocido qué! ¡Decime!

 

Hombre: (Pausa) (Baja los brazos desalentado) Nada… nada…

 

El hombre se aleja y se oculta en oscuridad sin regresar a su silla. Queda de espaldas.

 

María: (La mira sobradora) ¿Quién me dijo (Imitándola) “semejantes patrañas”? (Pausa) Él. Él me las dijo. Me dijo que si yo no hubiera aparecido en su vida se casaba con vos.

 

María: (Se lleva las manos al pecho acusando el golpe) ¿Eso te dijo? Habrá sido para darte celos.

 

Ingrid: (Triunfante) No lo creo. Cuando me lo dijo no tenía que darme celos de nada (La mira sobradora) (Ríe) ¡No me digas que su sinceridad te ofendió! (María no responde y le da la espalda) (Ríe) Te ofendió mucho. Vamos, María, no lo tomes tan a la tremenda… (La abraza y María se deja abrazar) ¡Hace tanto tiempo de eso!…

 

El hombre se acerca a María que deja el abrazo de Ingrid y lo enfrenta.

 

Hombre: (La toma de los brazos) María ¡Sos tan hermosa! (Le acaricia los brazos y le toma las manos) María, sos la mujer más bonita que vi en mi vida. (Le besa las manos) Me gustás, María.

 

María: (Con tristeza) ¿Y no te gusta tu mujer? (Indica con la cabeza sin dejar de mirarlo) Allá está, bailando con mi marido, tu primo.

 

Hombre: (Mirándola) ¡Cómo pude equivocarme tanto!

 

María: (Con terror) (Negando con la cabeza) ¡Ahora te das cuenta! ¡Ahora! ¡No tenés derecho a decirme nada!

 

Hombre: (Con vehemencia) Te amo, María. Te amé siempre.

 

María: (Con tristeza) (Le acaricia la mejilla) Ya es tarde, mi amor, no hay remedio, no podemos hacer nada.

 

Hombre: (Baja la cabeza desalentado.) Tenés razón, todo lo que hagamos va a ser mal para todos y bien para ninguno.

 

María: (Se miran largamente a los ojos) ¿Bien para ninguno? ¿Es así…, realmente?

 

El hombre se aleja a la oscuridad de su silla y María regresa a los brazos de Ingrid

 

María: (Se abraza más fuerte) ¿Hace mucho tiempo? ¿Realmente?

 

Ingrid: (Conciliadora) Sí, María, hace mucho tiempo. (Pausa) (Se separa) Pero vos, vos lo quisiste mucho, ¿verdad?

 

María: (Baja la cabeza y retrocede unos pasos) Sí…

 

Ingrid: (Pausa) (Intrigada) ¿No tenés vergüenza de decirlo?

 

María: Lo quise sin poder evitarlo. Lo amé siempre. Ahora vos me decís que él te confesó mi amor por él… (Pausa) Y vos pretendés que eso no tiene que importarme…

 

Ingrid: (Irónica) Por supuesto, él no le daba ninguna importancia.

 

María: (La mira) (Lentamente) Ahora entiendo por qué decía que eras un pedazo de hielo. Realmente no tenés humanidad, no te importa el daño que podés hacer con tus palabras.

 

Ingrid: (Reacciona) ¿Cuándo te dijo eso?

 

María: (Con ironía) ¿No dijiste que a él le gustaba hablar conmigo? Me lo dijo en… cualquier momento…

 

Ingrid: (Baja la cabeza) (En voz queda) Jamás hubiera dicho esas cosas espantosas de mí (Vehemente) Él me adoraba ¡Fui su gran amor, su único amor!

 

María: (Sonríe.) Mientras vivió fue tuyo…

 

Ingrid: (Llora) Mientras vivió fue mío y ahora de muerto también me pertenece.

 

María: (Se acerca) (Le acaricia la cabeza) No te preocupes… vos fuiste su esposa…

 

Ingrid: (Llora) ¡Y lo sigo siendo! Siempre seré su esposa.

 

María: Está bien, mi chiquita… (Le toma la cara con las manos y le seca las lágrimas en el gesto anterior del hombre) (La besa con cariño)… eras su amor, su amor… mi amor…

 

Ingrid: (Levanta los ojos llorosos) ¡Oh, María!… no sabés lo sola que me siento.

 

María: (La abraza) Yo también me siento sola… muy sola…

 

Ingrid: (Se deja abrazar) María… no me odies por habértelo quitado.

 

María: (La mira con dulzura.) No Ingrid. ¡Cómo decís eso! Llenaste su corazón… Nunca ¿Sabés? nunca podría odiar a la mujer que llenó su corazón.

 

Se abrazan y quedan mirándose a los ojos

 

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