Erase una vez

 

CUENTO DEL LIBRO 3X6+3 / EDITORIAL PRUEBA DE GALERA, 2001

 

…un hombre feo, petiso, pelado, narigón. Sus ojos eran chiquitos, insignificantes, color café, su boca de labios demasiado gruesos y con expresión aburrida.

Era tímido, con un marcado complejo de inferioridad que le impedía desarrollarse, le impedía incluso pelear, jugarse; de esta forma, no podía acceder a cosas que realmente deseaba y que perdía irremediablemente viéndolas disolver sin haber tomado forma alguna.

Trabajaba en un Banco como empleado de la sección Cuentas Corrientes. Era un empleado menor, lo que se dice, un subalterno.

Una mañana lluviosa en la que el sol brillaba por su ausencia ella apareció y todos los soles brillaron para él.

Se dirigió al sector Cajas de Ahorro y desde allí, más allá del mostrador, lo vio, posó en él sus ojos, verde llamarada jade, que lo sacudieron por entero.

Era joven, bonita, pequeña y bien formada. Su cabello corto, oscuro, pegado a un cráneo perfecto.

En sucesivas visitas al Banco nunca dejaba de observarlo.

Lo buscaba, clavaba en él su mirada y él se sentía invadir por una luz tan maravillosa que hasta el color de la piel le cambiaba, entonces miraba sus manos y notaba que se habían tornado verdes, de un verde transparente, brillante, y se sentía como una esmeralda, como una gran esmeralda perdida en el salón anodino del Banco ¡Se sentía la esmeralda perdida! ¿O sería el eslabón perdido?

Empezó a esperar su visita.

Todos los lunes ella aparecía y depositaba en su Caja de Ahorro una cantidad de dinero, unos pocos pesos, 10, 20, 50, no importaba cuán pequeña fuera la cifra, nunca faltaba a esa cita impostergable. Una vez hecho esto lo miraba a los ojos y luego, sin decir palabra, se retiraba.

Un día, pocos minutos antes de que ella apareciera a la hora acostumbrada, se descubrió arreglando sus escasos cabellos canosos sobre la sien.

Casi sin darse cuenta empezó a cuidar su vestimenta, a afeitarse con dedicación, a perfumarse, a elegir las corbatas con cuidado y hasta fue al Banco con los zapatos lustrados. Es más, un día, compró ropa, y se vistió de azul esperándola a ella.

Inevitablemente sus compañeros de trabajo comenzaron a notar el gran cambio que se estaba produciendo en él. ¡Y él empezó a crecer! Crecía en estatura, cosa bastante imposible a sus 40 años. Crecía en belleza, cosa bastante difícil por lo que decía el espejo.

Y empezó a sentirse bien.

Empezó a sentirse grande, cada día un poco más grande, más grande en espíritu, más grande en ideas e ideales.

Hasta se atrevió a seducir a Rosita, esa cajera que lo tenía loco desde tanto tiempo atrás y a la que nunca se había animado a mirar de frente pero, un día levantó la vista, la miró y… bueno, ustedes se imaginarán, salieron a tomar un café, luego una copa… en fin, que fue un romance que el Banco comentó.

Pero no pasó de ahí porque él… él estaba enamorado de ella, de “la bella”, la hermosa joven que se acercaba los lunes al mostrador y depositaba sus ahorros y mientras tanto lo miraba, lo devoraba con la mirada, y él, entonces se sentía henchido de felicidad y volaba hasta acercarse peligrosamente al techo del Banco ¡Y eso que el techo del Banco era bastante alto!

Quiso averiguar su nombre ya que, a falta de uno, en su corazón la denominaba “bella”, la “bella” que llegaba, lo miraba y se iba… pero “la bella” se llamaba… ¿cómo? Un día lo supo: se llamaba Erika, ¡¿Erika?! Que nombre agresivo, de guerrera, ¡cuánto más hermoso hubiera sido Elsa! Elsa la dulce, Elsa.

Pero los ojos de ella no eran dulces, y su cuerpo carnoso y seductor tampoco, como tampoco lo eran esos labios rojo fuego que lo enloquecían.

A medida que pasaban los meses, incentivado por la mirada de Erika, comenzó a desarrollar dentro del Banco una vida nueva, distinta, pues las visitas semanales y su mirar penetrante habían influido de tal manera en su espíritu que se sorprendió discutiendo con los Jefes para hacer valer sus derechos y opiniones.

Los gerentes lo miraban asombrados descubriendo un hombre nuevo, un hombre con valores y hasta con ideas interesantes.

¡Caramba! Él, que era el último empleado del Banco, aquel al que nunca nadie consideraba para nada, repentinamente se descubría como un hombre inteligente a pesar de todo, a pesar de que él mismo lo estaba descubriendo en ese momento.

Y un día sucedió lo inesperado.

Lo trasladaban.

Sí, lo trasladaban a la Casa Central, a un puesto importante. ¡Iba a ganar más del doble de lo que estaba ganando!

Las mujeres en el Banco lo empezaron a mirar como a un buen partido.

Fue a visitar su nuevo destino y, además de recorrer el edificio, fue observando a los hombres que trabajaban ahí y comenzó a evaluarlos ¡antes nunca lo había hecho! Empezó a medirse mentalmente con ellos y supo que algunos lo superaban, otros no, otros se encontraban por debajo de él.

Él nunca iba a volver a estar por debajo de nadie.

Y las chicas, las chicas eran hermosas, él les sonreía seductoramente y más de una le respondió a su vez con una exquisita sonrisa.

Para despedirse de su antiguo trabajo eligió un día lunes.

Estaba saludando a todos y la vio aparecer, hermosa como siempre, con esa luz que iluminaba todo canalizándose hacia el exterior a través de esos ojos como gemas que lo estremecían y lo hacían vibrar.

Se iba.

Nunca más la volvería a ver. Probablemente ella clavaría sus ojos en otro empleado y lo olvidaría.

Pero él no la olvidaría nunca. Lamentaba no volver a verla.

Pero de todos modos ¿qué importaba? si él… él ya era un gigante.

 

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