Hojas al viento (drama en un acto)

Hojas al viento (drama en un acto)

Personajes:  Padre – Madre – Lucrecia

Escena: a la derecha, sobre fondo oscuro, una ventana por la que se ve un paisaje urbano iluminado. En el centro, hacia la izquierda un juego de sillones y sofá con mesas a sus lados. Sobre una de ellas se encuentra un teléfono. Ante el sofá, mesa ratona con una bandeja con café etc.

Escena I

Lucrecia (50 años) Mira el paisaje junto a la ventana. Luce un elegante vestido y tacos altos. Luz sobre Lucrecia.  El padre y la madre beben café y comen masas sentados en el sofá.

Lucrecia: (Mira el cielo) Parece que tiene ganas de llover.

Padre: (Indiferente) Anoche se le colgaba el poncho a la luna, de manera que no lo creo.

Madre: (Irritada) ¿Se puede saber qué importa si llueve o no llueve? (Pausa larga) (Indicando un sillón) Lucrecia, vení, sentáte. Queremos hablar con vos de un tema que nos molesta bastante.

Lucrecia no se mueve. Finalmente suspira, se alza de hombros y lentamente se aproxima a sus padres. Permanece de pie.

Madre: (Autoritaria) Lucrecia, ese muchacho, rubio, parecido a Paul Newman, pero alto ¿es tu amante? (Silencio)(Molesta) Es la tercera vez que lo encuentro en tu casa cuando llego a visitarte. (Los padres la miran interrogantes)

Lucrecia: (Con ironía) Si no llegaras de improviso no lo encontrarías.

Madre: (Ignorando la ironía insiste) ¿Es tu amante?

Lucrecia: (Agresiva) Creo que soy suficientemente grande como para no tener que responder a esa pregunta.

Padre: (Indiferente) Si sos tan grande como para tener un amante, también lo sos para decirnos la verdad.

Lucrecia: (Camina hacia a la ventana. Se detiene. Regresa)(Suave) ¿Quieren la verdad? (Los padres afirman con el gesto) Sí, si lo quieren saber, Pablo es mi amante. Él también trabaja en el hospital, en Hemoterapia. Es enfermero.

Madre: Pero… (sorprendida) es mucho más joven que vos…

Lucrecia: ¿Y qué importa? (ríe) Papá es mucho mayor que vos…

Madre: (Ignora la ironía) Sos médica, él es enfermero, (sorprendida) está por debajo de ti.

Lucrecia: (Jugando con las palabras) A veces sí… a veces no…

Madre: (Ignora sus palabras)(continúa) Además, en el hospital todos deben conocer la situación. (Pausa) Me refiero a tus amores con ese … Pablo.

Lucrecia: (Piensa) Francamente, no me interesa que lo sepan. Es más, no lo ocultamos. (Pausa) Creo que nadie lo ignora.

Padre: (Intrigado) ¿Y tu marido?

Lucrecia: Amo a mi marido. Ustedes lo saben. (Pausa) Además, no me gustaría lastimarlo por nada del mundo.

Padre: (Con ironía) ¿Esa es una forma de amar? (A su esposa) ¿Vos me querías igual que Lucrecia a Esteban? ¿le enseñaste vos a amar de esa manera? Porque de ser así…

Madre: (Al padre) No seas tonto, yo nunca te falté. Además, eran otras épocas (a Lucrecia) ¿me podés explicar ésto? (con ironía) Soy demasiado tonta para entenderlo ¿querés a Esteban y hacés el amor con Pablo?

Lucrecia: ( Se sienta) (Desalentada) Mamá, yo no decidí mi vida.

Padre: La vida, hija mía, la hacemos nosotros día a día.

Lucrecia: (Se burla) “… la hacemos nosotros día a día…”.  Palabras, nada más que palabras. Estás lleno de palabras…

Madre: (Interrumpe) (con dulzura) Mirá, querida. Cuando somos chicos, creemos que la vida va a llegar en puntas de pie y que nos va a sorprender con cosas hermosas. Ansiamos tener la edad suficiente para decidir por nosotros mismos, pues así nos veremos lejos del yugo paternal y seremos libres y, por lo tanto, felices. (Pausa) Luego nos damos cuenta de que no es así. La vida tiene cosas muy hermosas, pero otras muy tristes. (Pausa) Tenemos deberes y obligaciones. No siempre somos libres de hacer lo que queremos. Debemos entenderlo.

Lucrecia: (Lentamente) Sí, pero entonces ya es muy tarde.

Padre: (Indiferente) ¿Tarde para qué? (irónico ) ¿Acaso para no crecer? Algunos lo logran sin mucho esfuerzo.

Lucrecia: (Agresiva) Por lo visto ustedes consideran que aún soy una niña pues vienen a mi casa y, no sólo me piden explicaciones de mi vida sino que me exigen que la cambie.

Madre: (Se acerca y la acaricia) Es por tu bien, querida.

Lucrecia: Mirá madrecita, en mi vida hice todo lo que se esperaba que hiciera y respondí a todos los requerimientos de ustedes. Fui una niña limpia y juiciosa, una adolescente discreta y educada, una joven aplicada en los estudios. Cuando comencé a salir con muchachos, me porté correctamente, me casé virgen y con mi primer novio. Pese a tener a Carlitos muy joven no dejé de estudiar, me recibí con excelentes notas y en apenas siete años.

Padre: Es cierto, siempre fuiste un modelo de hija, esposa y madre y debés seguir siéndolo. Jamás nos diste los problemas que tu hermana nos dió.

Lucrecia: (Ríe)(Se pone de pie) ¿Y si fuera ella? ¿Entonces todo estaría bien? ¿Sería correcto? ¿Acaso ella tiene permiso para hacer cosas que yo no debo? (Molesta) No fui yo quien eligió esta etapa de mi vida. Era feliz con mi hogar, mi marido, mi hijo, mi trabajo…

Madre: (Regresa a su asiento) Entonces, querida, no entiendo.

Lucrecia: (Se acerca a la ventana, la abre)(Un viento fuerte la despeina) (Suspira) Un día alguien abrió la ventana y las páginas escritas de mi vida volaron como hojas sueltas al viento transformándola en un caos.(Cierra la ventana) Recién ahora las estoy ordenando, pero la historia nunca volverá a ser la misma. Será mejor o peor, pero nunca la misma.

Madre: (La mira intrigada) ¿Por qué no?

Lucrecia: Ya nada será igual, mamá. Cuando me casé, o cuando elegí mi carrera o tuve a mi hijo, pensé que esas eran las decisiones trascendentes, únicas e irrepetibles que modificarían mi existencia. Hoy me doy cuenta de que cada cosa que hago, por pequeña que sea, cambia mi destino. Es como la ruta de los cuerpos celestes: si se desvían apenas unos minutos en su trayectoria, pueden impactar donde menos lo deseamos. De todos modos no me quejo, prefiero reír y llorar a tener una existencia chata, en la que nada sucede. Es más, creo que amo hasta los momentos más duros de mi vida, amo hasta el llanto que derramo por las noches. Ellos son los que me hacen sentir que existo y, además, me enseñan a disfrutar de los instantes hermosos, que son tan escasos. Uno crece en el dolor, más que en la alegría. Por otra parte, la felicidad como estado de vida no existe, se mide sólo en momentos, escasos, preciosos e irrepetibles momentos de felicidad.

Madre: ¿Por qué no dejás de hablar y nos demostrás cuánto amás a tu marido dejando a tu amante? Por mucho dolor que eso te cause.

Lucrecia: (Molesta) ¿No te das cuenta de que su compañía me ayuda a olvidar lo sola  que estoy?

Padre: (Se pone de pie) (Casi gritando) ¿Si no querés estar sola por qué diablos no te vas con tu marido?

Lucrecia: (Grita) ¡Soy médica! ¡Tengo mi trabajo acá! ¡No sólo en el hospital o en el consultorio sino también en el laboratorio! ¡No voy a dejar 15 años de mi carrera, 15 años de investigación, 15 años de mi vida, para seguir a mi marido a una isla tropical!

Padre: (Agresivo) Si él es ingeniero y tiene que irse porque en el país no hay futuro, tenés que seguirlo ¡Ese es tu deber! ¡Seguir a tu marido, como una esposa amante y decente!

Lucrecia: (Lo mide con la mirada) (Con dureza) ¡Vos sí que podés hablar de amantes!(Pausa larga e incómoda)(Baja la vista) Perdón. Discúlpenme, no quise decir eso.

Madre: (Autoritaria) Quiero una explicación

Lucrecia: No dije nada. Olvidate, mamá. Sucede que estoy molesta. Esteban me dijo que por ahora no hay cambios, que es: “ésto o nada”. En el país no se está invirtiendo en usinas, las fábricas están paradas, no hay mantenimiento alguno.(Suspira) Ya nos vamos a dar cuenta cuando apretemos la llave y la luz no se encienda.

Madre: (Dirigiéndose al marido y a la hija) Exijo una explicación, no voy a aceptar que se digan cosas a mis espaldas.

Padre: (Molesto) ¿No te das cuenta de que lo único que quiere es desviar el tema para que la dejemos en paz?

Madre:(Se pone de pie)(nerviosa)De ninguna manera me voy a quedar así.

Lucrecia: (Se desploma en un sillón y oculta la cara entre las manos) Hay momentos en los que no puedo más. Me hundo en el trabajo para escapar. Carlos tiene su casa, su vida, Esteban está lejos y ocupado. (Con dulzura) Pablo es lo único que me da alegría. (triste) Una alegría mezquina, egoísta.(Pausa) Por momentos me hace sufrir hasta casi enloquecer. No soy la única en su vida…

Madre: (Con ironía) Tampoco él es el único en la tuya.

Lucrecia: …y él no lo oculta, sabe cómo lastimarme, pero también sabe ganarme con su ternura, con sus besos, con su risa… Me odio cuando pienso en Pablo, me siento segmentada, sucia por repartirme. No nací para dividirme entre dos hombres. Pero cuando estoy con él, me siento viva de nuevo. A veces estoy acá, con Pablo, y llama Esteban. He llegado a pensar que sabe que estoy con otro hombre y que no le importa. Él está casado con el trabajo. Yo soy un accidente en su vida.

Padre: (Despectivo) Nunca escuché tanta idiotez junta.

Madre:(La mira conmovida)(al padre)¿Acaso crées que siempre tenés razón? ¿No te das cuenta de que nuestra hija sufre?

Padre: (Molesto) Cuando vivía en casa las cosas marchaban mejor.

Lucrecia: (Con desprecio) ¿Nunca se te ocurrió pensar que tus hijas se casaron jóvenes para irse de tu … “hogar”? ¿Para alejarse de vos?

Madre: (Con dolor) ¡Lucrecita! ¿cómo decís eso? ¿acaso no hicimos todo para darles aún más de lo que podíamos?

Lucrecia: (Con ternura) Creo que eso es lo que hacemos casi todos los padres, mamá.

Padre: (Molesto) ¿Cómo casi todos? ¡Todos los padres!

Lucrecia: (Mordiendo las palabras) Sí, pero a veces ese “todo” hiere y… hiede…

Padre: ¡Será posible! ¡¿Otra vez vas a atacarme?!

Lucrecia: (Con frialdad) Por mucho que te ataque nunca lograré superarte…  ni tan siquiera igualarte.

Madre: (Autoritaria) Me parece que te pasás de raya. Pedile perdón a tu padre ahora mismo (Pausa) A él y a mí, por lo que dijiste antes.

Lucrecia: (Los mira con desprecio) (Lentamente) No pienso hacerlo. Bastante perdón pedí cuando era chica. Ustedes jamás me pidieron perdón por los golpes que recibí en aras de una buena educación, ni por los errores que cometieron por su ignorancia.

Padre: (Molesto) No puedo creer que seas tan ingrata. Todo lo que hemos hecho para educarte a vos y a tu hermana y nos pagás de esta manera: con reproches y con infidelidades.

Lucrecia: (Cortante) No toqués ese tema.

Madre: (Molesta) Otra vez con lo mismo ¿es que no te cansás de decir cosas desagradables?

Lucrecia: (Ríe)(con ironía) ¡Madrecita, tengo un rosario de cosas desagradables para regalarte! Cuando quieras escucharlas me avisás.

Padre: Lucrecia ¿debemos pensar que no vas a darle otro rumbo a tu vida? ¿Vas a seguir como estás? ¿vas a seguir siendo una adúltera?

Lucrecia: (Ríe) Sí, creo que no pueden alentar ninguna otra expectativa, además… (observa el efecto) …me anoté en un curso corto para publicidad en televisión. (Ríe con ganas) Me ayuda a distenderme. Con un poco de suerte pronto me van a ver anunciado detergente.

Madre: (Cortante) Podrías aprender a usarlo, en lugar de anunciarlo.

Lucrecia: (Con ironía) Lo uso, poco, pero lo uso. De todos modos no son muchas las veces que almuerzo o ceno en mi casa. Generalmente lo hago cuando viene Pablo. (Hiriente) Tenemos la costumbre de comer después de hacer el amor.

Padre: No tengo ganas de escucharte decir porquerías.

Lucrecia: (Midiendo las palabras) No te gusta escucharlas (baja la voz) pero sí te gusta hacerlas.

El padre se acerca y hace ademán  de golpearla

Lucrecia: (Autoritaria) ¡No te atrevas! Ya no tengo 12 años para taparme la cara con la almohada y no escuchar el llanto de Estela cuando te acercabas a ella.

Madre: (Grita) ¡No quiero escuchar más! (Se cubre los oídos)

Padre: (Con furia) ¡Maldita mentirosa!

Lucrecia: No, mentirosa no, cobarde, sí. Estela no me deja olvidar. Aún hoy me reclama que no la ayudara, que me hiciera la dormida. Yo tenía terror de que te dirigieras también a mi cama.

Madre: (Sigue en su actitud) ¡No oigo nada! ¡No oigo nada! (Canta para no escuchar. Tiene los ojos cerrados) ¡Lala, lala, lala!

Lucrecia: (Al padre señalando a la madre)(despectiva) Toda la vida hizo lo mismo, meter la cabeza en el hoyo. Y vos también: vejar, lastimar y golpear. No cambiaron nada. Yo soy la única que lo hizo. Me liberé de ustedes. Seguirán siendo mis padres, los tengo que amar y respetar por eso, pero me dan pena. Mamá siempre débil, escondiéndose tras tu figura imponente, y vos… ( mordiendo las palabras) alfeñique, agigantándote con el terror que infundís. Un pobre tipo, agresivo y violento.

Pausa larga. El padre mira enojado a su hija. La madre                                      canta con los ojos cerrados y las manos en los oídos. Finalmente Lucrecia, vencida, se acerca y abraza a su madre.

Lucrecia: (Con dulzura le retira las manos de los oídos) Mamita querida, perdoname, no voy a decir más cosas feas. (La besa) No hagas caso de lo que dije, eran todas mentiras.(A escondidas se seca los ojos) Lo que pasa es que estoy tan enojada con mi vida que no soporto verlos felices, no soporto ver feliz a nadie. Quiero que todo el mundo sufra como yo.

Madre: ¡Ay, Lucrecia! (Lloriquea) No podés ser tan mala.(Se deja mimar) Además, sabés bien que contás con tu padre y conmigo para todo. No digas nunca más que estás sola. Si necesitás compañía estamos nosotros ¿quién te va a querer más que tus propios padres?

Lucrecia: (La acaricia y la besa)(resignada) Tenés razón, mamá, no lo voy a hacer más. Te lo prometo

Madre: Bueno, (enjuga el llanto) ahora pedile perdón a tu papá. Lo hiciste sufrir mucho ¿No ves cómo está? (Se lo ve acongojado, de espaldas. Lucrecia se le acerca)

Lucrecia: (Con tono infantil) ¿Me perdonás, papito? No lo voy a hacer más. ¿Me perdonás?

Padre: (La mira y la abraza emocionado) ¡Pero claro, hijita! ¡Claro! (La besa con cariño) Sabés muy bien que tu hermana y vos son lo único que nos importa a tu madre y a mí.

Lucrecia: (Asiente con el gesto) (Mimosa) Sí, papito.

Madre: (Alegre) Bueno, ahora que todo se aclaró, nos vamos ¿No querés ir al cine, querido?

Padre: Es una buena idea, queridita. (Besan a Lucrecia y salen por la izquierda)

Escena II

Lucrecia queda sola. Llora en silencio. Luego de una pausa suena el teléfono. Tarda en atenderlo.

Lucrecia: (Seca sus lágrimas) ¡Hola!… Sí Esteban… no querido, estaba entrando en este momento… sí, mi amor, estoy muy cansada…te extraño mucho… ¿en diez días?…(suspira) bueno, te espero… (suena el timbre de calle) Sí, es el timbre, desde el hospital pedí que me trajeran comida, no tengo deseos de cocinar… sí, mi amor… bueno, mañana te mando un mail y te cuento las últimas novedades… ¿Carlos?… bien, en su casa, supongo… sí, ya atiendo la puerta…  Un beso.

Lucrecia se inclina con dolor sobre el teléfono. Luego se dirige hacia la puerta, la abre.

Lucrecia: (Sonríe) Buenas noches…

En la ventana el paisaje urbano ha perdido la luz.

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